Son mujeres bellas y de carácter fuerte, con grandes sonrisas que se dibujan constantemente en sus caras, con el pelo rizado, recogido muchas veces en gruesas trenzas, con vestidos de colores fuertes que contrastan con su piel de color negro intenso. Viven bajo un cielo estrellado que no quisieran cambiar por nada en este mundo.
Temían por sus esposos cuando salieron del campamiento de desplazados para exigir ante las instituciones gubernamentales sus derechos, sabían que los que les habían desplazado estaban a las puertas del Coliseo, vigilándoles y hostigándoles. Insistieron ir con ellos para exigir sus derechos, los derechos de todos y todas las desplazadas.
Al retornar a su tierra, las mujeres de Cacarica volvieron a disfrutar de la añorada naturaleza; de los baños y largas charlas en su río, el Peranchito, mientras lavaban la ropa llena de barro de sus hijos que volvían a correr felizmente por el campo; de sembrar el arroz, la yuca o el maíz en una tierra que nuevamente les tocó trabajar para limpiar la selva que se había apoderado de todo, incluso las casas, tras el desplazamiento.
Foto: Charlotte KeslLas señoras de Cacarica contribuyeron en la colocación de una malla para delimitar el terreno que a partir de entonces debería salvarles de los actores armados que continuaron rodeando su territorio. Pintaron con grandes letras las palabras: “Zona Humanitaria”, sobre tableros que colocaron en las entradas de su caserío. Y, formaron comunidad de campesinas y campesinos, saliendo de sus fincas lejos de esta delimitación para cultivar, asegurar la comida del día.